Friday, April 26, 2024  |

By Don Stradley | 

LA SORPRESIVA SEPARACIÓN DE GENNADY GOLOVKIN DE SU ENTRENADOR ABEL SANCHEZ PROBÓ QUE LAS COSAS NO SIEMPRE SON TAN ROSADAS EN LAS DUPLAS MÁS EXITOSAS ENTRE ENTRENADORES Y BOXEADORES

La relación entre un boxeador y su entrenador es quizás la más sagrada en el boxeo. En algún momento fue algo tan sagrado, que la muerte de Charley Goldman inspiró un rumor de que había sido descubierto en su habitación de hotel vistiendo la bata de su más famoso pupilo, Rocky Marciano. No era cierto, pero muchos lo creyeron. Así de fuerte es el lazo entre boxeadores y entrenadores. Sin embargo, la reciente división entre Gennady Golovkin y Abel Sánchez demuestra que los boxeadores y sus entrenadores difícilmente sean inseparables. Esto es especialmente cierto cuando hay dinero de por medio.

Golovkin supuestamente se presentó en el gimnasio de Sánchez en Big Bear, California, y como una esposa que silenciosamente planeaba su divorcio, simplemente tomó sus equipos y le dijo a Sánchez que se iría a entrenar a otra parte. Anonadado, el entrenador dijo luego que no había nada más que pudiese hacer, más que desearle buena suerte a Golovkin. Eventualmente, se supo que ambos no pudieron ponerse de acuerdo en cuánto cobraría Sánchez, y que el nuevo entrenador de Golovkin sería Johnathon Banks.

En las semanas subsiguientes, se sucedieron comentarios tersos de parte de ambos lados. Golovkin dijo que su cambio se debió simplemente a una decisión de negocios. Sánchez, a su turno, fue mucho más cándido, diciendo que Golovkin había sido como un hijo para él. En una charla con el canal de YouTube ‘Behind the Gloves’, Sánchez dijo «es desafortunado que los boxeadores lleguen a cierto punto en el cual todo es sobre ‘yo’ y no sobre ‘nosotros’». Desde entonces, Golovkin ha sido pura sonrisa, pensando quizás en la cantidad de dólares que ahorrará al dejar a Sánchez de lado y contratar a Banks.



Que Golovkin haya abandonado a Sánchez luego de firmar un contrato de $100 millones con DAZN sugiere que nunca habían estado tan unidos como se pensaba. Es difícil imaginar que sucediera este tipo de división en el boxeo tiempo atrás, cuando entrenadores y boxeadores era, sin duda, como padres e hijos. ¿Acaso Joe Louis hubiese abandonado a Jack Blackburn? ¿Hubiese dejado Willie Pep a Bill Gore? Está claro que esas relaciones pueden haber sido la excepción y no la regla, pero en esos días, un entrenador era mucho más que simplemente eso. Era también el curador de cortes, nutricionista, aguatero, psicólogo, estratega, y a menudo también el manager por default. Despedir al entrenador en esa época significaba perder la base del conocimiento y el apoyo. Incluso Muhammad Alí, tan volátil y temperamental como cualquier atleta que haya pisado la tierra, se mantuvo leal a Angelo Dundee. Pero nuevamente, Dundee mismo estaría luego involucrado en una separación que fue incluso más sorprendente que la del affaire Golovkin.

Para los observadores casuales, todo indicaba que Dundee y Sugar Ray Leonard eran una de las parejas doradas de la historia. Pero habían grietas en esa unión. Los entrenadores que estaban siempre en el gimnasio con Leonard eran Janks Morton y Dave Jacobs, mientras que Dundee se preocupaba más por elegir los rivales de Leonard, discutir la estrategia y liderar el rincón de Leonard durante las peleas. Dundee alguna vez respondió a estas críticas diciendo «yo no soy un mero limpiador de frentes sudorosas». En 1987, luego de la victoria de Leonard por fallo dividido ante Marvelous Marvin Hagler, Dundee se mostró poco feliz con su magra bolsa del 1 por ciento (unos $150,000). Declarando que siempre ganaba un cinco por ciento, exigió que su propio abogado negocie por él las futuras bolsas. Cuando la gente de Leonard se rehusó a hacer negocios de ese modo, Dundee se fue. Leonard dijo estar decepcionado, pero tampoco hizo nada extraordinario para recuperar los servicios de Dundee.

Al igual que la separación de Sánchez y Golovkin, Angelo Dundee abandonó el equipo de Sugar Ray Leonard cuando no pudieron ponerse de acuerdo sobre el dinero.

A pesar de que los boxeadores han reemplazado a sus entrenadores anteriormente, el anuncio de que Leonard y Dundee se habían separado fue algo chocante. Si una figura tan respetada como Dundee no tenía garantizada su seguridad laboral, entonces ningún entrenador estaba a salvo. Y aunque es injusto culpar a Leonard por todo, pareciera que en los años siguientes muchos otros púgiles seguirían su ejemplo. A pesar de que el dinero era a menudo un tema, también se percibía que si un boxeador perdía en el ring, alguien tenía que ser castigado por eso. El boxeo había pasado a una nueva era en la cual una sola derrota podría tener un enorme impacto en los ingresos futuros del boxeador. Y los entrenadores, inevitablemente, recibieron el golpe.

«Los entrenadores son los chivos expiatorios», dijo Joe Goosen, quien ha trabajado con muchos boxeadores de primer nivel, y ha sufrido su racha de separaciones forzadas. «La mayoría de los entrenadores no tienen contratos. La norma es un trato de apretón de manos, de una pelea a la otra. Uno puede pensar que tiene una gran relación con un boxeador, pero él siempre piensa que el pasto es más verde en otro lugar. El boxeador no entiende que, si un entrenador lo ha llevado desde las preliminares hasta el evento estelar, de Don Nadie a héroe, entonces es un gran entrenador».

Joe Goossen en el gimnasio con Michael Nunn en 1987.

La separación más problemática de Goosen fue la que tuvo con Michael Nunn en 1990. En ese momento, Nunn tenía récord de 35-0, era monarca de peso mediano de la FIB y candidato al estrellato. La separación llegó cuando Nunn firmó con un nuevo promotor; dejó de lado a Goosen y a su hermano Dan (quien había sido promotor de Nunn durante años) para no volver a mirar atrás. Hubo un poco más que una amargura en todo eso. Sorpresivamente, Nunn terminó entrenando con Dundee. «No fue bueno, eso te lo puedo decir», dijo Goosen.

Irónicamente, Goosen fue contratado para ser comentarista de una de las siguientes peleas de Nunn, que resultó ser una dramática derrota por nocaut ante James Toney. Lo que se sumó a la molestia de Goosen fue que tuvo que entrevistar a Nunn después del combate para una audiencia de pay-per-view. «Me rompió el corazón, de algún modo”, dijo Goosen. «Todo mi trabajo con él quedó deshecho».

Una década más tarde, vivimos una fea disputa entre «El Príncipe» Naseem Hamed y Brendan Ingle. La desintegración de ese equipo será difícil de superar, dado el tremendo rencor entre ambos. Ingle había guiado a Hamed desde niño, y lo hizo crecer hasta transformarlo en un fenómeno del boxeo. Pero a medida que Hamed trepaba a la fama, lo mismo sucedía con su comportamiento caprichoso. Cuando el periodista Nick Pitt le preguntó a Ingle que haga un comentario sobre Hamed para su libro, The Paddy and the Prince, Ingle describió a Hamed como un matón hambriento de dinero. Para sorpresa de nadie, Ingle se enteró poco después que su salario había sufrido un corte significativo. Ingle lo rechazó. Y ese fue el final de Hamed e Ingle. El depuesto entrenador le dijo al periódico The Guardian: «cuatro peleas más y se termina su carrera». Ingle estaba en lo correcto, más o menos.

‘Es desafortunado que los boxeadores lleguen a cierto punto en el cual todo es sobre ‘yo’ y no sobre ‘nosotros’’
– Abel Sanchez

El problema fue muy típico de todos los dramas entre boxeador y entrenador. Hamed sintió que su talento era único, y que podría haber entrado a cualquier gimnasio de boxeo y terminar transformado en una súper estrella sin importar quién era su entrenador. Ingle, mientras tanto, había sacrificado muchos años para transformar a Hamed de un callejero a un campeón. En última instancia, pareció como si ninguno de ellos realmente respetase al otro, o apreciara lo que habían creado juntos.

Incluso Eddie Futch, por muy estimado que haya sido como entrenador, se encontró envuelto en disputas con sus boxeadores ocasionalmente. Le dijo al autor Ronald K. Fried en 1990 que los boxeadores «fabrican razones para enemistarse contigo». La ingratitud, agregó Futch, era «parte de la escena». La separación de Futch y Ken Norton en 1973 llegó cuando los manejadores de Norton objetaron que Futch firme contrato como entrenador de Joe Frazier a tiempo completo. Los managers de Norton temían, con algo de justificación, que entrenar a dos pesos pesados de primer nivel representaba un conflicto de intereses. Forzado a tomar una decisión, Futch se quedó con Frazier. Norton luego diría que despedir a Futch fue «el peor error de mi carrera». Futch dijo que su separación de Norton fue «amarga».

Pocas separaciones entre boxeador y entrenador fueron tan sorpresivas como la de Bernard Hopkins y Bouie Fisher. Fisher había sido una presencia continua en la vida de Hopkins desde 1988, pero su relación de trabajo se vio sacudida en 2002 cuando Fisher le hizo juicio a Hopkins por una deuda de $255.000 dólares en sueldos adeudados. Finalmente limaron sus asperezas, pero Fisher le hizo otro juicio a Hopkins en 2005, reclamando esta vez una deuda de $200.000 dólares. En un punto durante esta segunda separación, Fisher le dijo al periódico Philadelphia Daily News, «cuando hay dinero de por medio, Bernard lo quiere todo para él». En esos tiempos, Hopkins le dijo a los medios «amo a Bouie como aun padre… pero a veces suceden cosas y uno tiene que hacer lo que tiene que hacer». Luego de eso ya no volvieron a enmendar su relación.

Bernard Hopkins bajo la atenta mirada de Bouie Fisher.

Quizás todos estos comentarios sobre padres e hijos son el verdadero problema. ¿Acaso estas separaciones son siempre por dinero? ¿O son acaso un asunto de un joven demostrándole a una figura paterna quién está a cargo en realidad? Los aspectos freudianos de las relaciones entrenador-boxeador son ciertamente tentadores para explorar, pero no hay evidencia de que Golovkin y Sánchez hayan tenido problemas de raíz demasiado profunda. Goossen le dijo a The Ring, “Golovkin quería que Abel siga entrenándolo, pero lo único que quería era no pagarle. Abel se plantó. Si Golovkin hubiese realmente despreciado los métodos de Abel, o hubiese querido a otro entrenador, lo hubiese abandonado en lugar de hacer esa oferta».

Aun así, el mensaje implícito que Golovkin envió a su entrenador de nueve años fue tan poco placentero como un gancho en el mentón: que yo esté ganando más dinero no significa que tú te lleves un aumento. Es un mensaje que los boxeadores han estado enviando a los entrenadores con más y más frecuencia. Quizás los boxeadores tienen que tener un poco más de sangre fría para sobrevivir en este duro trabajo, y esa mentalidad más fría influye en su modo de tomar decisiones.

Si el dinero es o no el motivo principal o apenas un síntoma de otros problemas, el resultado final es que a los entrenadores los hacen ver como personal prescindible. Quizás, tal como lo dijo Golovkin, sea todo un negocio. Pero si Goosen es un ejemplo de cómo reacciona un entrenador a estas divisiones – hablar de Nunn todavía le resulta incómodo – Sánchez quizás no se recupere instantáneamente de la partida de Golovkin.

«Uno piensa en el tiempo que ha invertido en este boxeador», dijo Goosen. «Uno trata de separar sus sentimientos personales. Pero créeme, tiene efectos que duran mucho tiempo.»

«Si Abel Sánchez se siente como me sentí yo, seguramente está molesto».