Tuesday, April 30, 2024  |

By Don Stradley | 

Un lazo impensado entre dos campeones trajo un raro rayo de luz y armonía racial en los Estados Unidos de principios del siglo XX

John L. Sullivan estaba en Buffalo cuando recibió la noticia. Estaba en su vestuario en The Garden Theater, preparándose para uno de los muchos shows sobre los escenarios que estaba recorriendo luego de su retiro del boxeo. Eran los comienzos de enero de 1908, y el calendario de Sullivan para esa semana incluía un turno como editor deportivo invitado del periódico Buffalo Times, una sesión de guanteo pública y un par de invitaciones a hablar en público. Cuando escuchó la noticia, el viejo peleador tuvo que sentarse a recomponer sus pensamientos. Un hombre al que él admiraba, George Dixon, acababa de fallecer.

Dixon, un ex campeón en los pesos gallo y pluma, se había recluido voluntariamente en el ala para alcohólicos del hospital psiquiátrico Bellevue apenas dos días antes. Sin dinero ni amigos, Dixon duró apenas una noche más. Tenía 37 años. «Esas son noticias muy tristes para mí”, dijo Sullivan.

El cariño de Sullivan por Dixon fue quizás lo más curioso que tuvo la larga y turbulenta carrera del duro boxeador oriundo de Boston. Sullivan siempre usó sus actitudes racistas como escudo, y quien quiera que lo confrontara para echarle en cara su racismo era desestimado con la misma voz de trueno que alguna vez gritó «¡puedo noquear a cualquier hijo de perra que me pongan enfrente!» Pero a pesar de que Dixon era negro, el respeto de Sullivan hacia él era muy profundo.



Para quien quiera que conociera la actitud de Sullivan hacia el racismo, su abierta admiración hacia Dixon era sorprendente, tal como sería la declaración de Dixon en su lecho de muerte admitiendo que Sullivan había sido su único amigo. Dixon explicó que John L. recientemente lo había ayudado al enviarle dinero. «No hay mucha gente como Sullivan», dijo Dixon.

Ambos tenían sus raíces en Boston. Sullivan nació en Roxbury, un enclave de inmigrantes irlandeses en esa época. Dixon era originario de Canadá, nacido en Halifax, Nova Scotia, pero vivió muchos años en Boston y tenía una casa en el barrio Oeste de la ciudad. Ambos aparecieron ocasionalmente juntos en eventos de recaudación de fondos para la ciudad. Si Dixon hubiese sido un peso pesado, Sullivan se hubiese mantenido alejado. Pero con muchas libras de por medio entre ambos, Sullivan se sentía libre de ponderar y admirar el arte de este hombre más pequeño que él.

Ambos fueron campeones dominantes al mismo tiempo. Sullivan se ganó el reconocimiento como el mejor peso pesado de Estados Unidos cuando derrotó a Paddy Ryan en 1882, mientras que Dixon se ganó los laureles del peso gallo en 1888 ante Spider Kelly. Cuando el Olympic Club de Nueva Orleans organizó un evento de tres días en 1892 que culminaría con Sullivan enfrentando a James J. Corbett, Dixon peleó ante el notable amateur Jack Skelly. A pesar de que el Olympic permitió el ingreso de público afroamericano para ver a Dixon darle una paliza a Skelly, pasarían muchos años antes de que otra audiencia racialmente integrada pueda ver boxeo en Nueva Orleans.

Luego de perder ante Corbett, Sullivan quedó a la deriva. Era común que los promotores organicen eventos de recaudación de fondos para el ex campeón, y el más grande, por lejos, fue en el Madison Square Garden en 1895. A pesar de que seguramente no le gustaba el bien conocido racismo expresado por Sullivan, Dixon fue parte de la función benéfica, guanteando un par de rounds con Sam Bolen, saludando a la multitud y deseándole suerte a su amigo.

Sullivan había sido famoso por su potente pegada. Arremetía contra sus oponentes, con sus ojos llenos de fuego y malicia, castigándolos con su potente derecha. En lo que respecta a Dixon, no podría haber sido más diferente en lo que respecta a estilos en el ring. Fue lo que los puristas denominaron «un tipo con clase”, un maestro de la ‘dulce ciencia’. Incluso le adjudican la invención de hacer sombra en el entrenamiento de boxeo.

En una era en la que los boxeadores que no fuesen de raza blanca eran sometidos a un trato indigno, los periodistas de la época usualmente trataban a Dixon con respeto. Después de todo, hizo grandes peleas con algunos de los mejores boxeadores de su época, incluyendo a Frank Erne, Abe Attell, Young Griffo y Pedlar Palmer. A pesar de que su récord exacto es imposible de verificar, se dice que tenía una marca de 50-26-44 (27 KOs). The Boxing Register, el libro oficial del Salón Internacional de la Fama del Boxeo, afirma que el récord final de Dixon es de 62-29-51 (34 KOs) con 12 combates sin decisión y uno nulo. Boxrec.com lo publica en 68-30-57 (36 KOs). La mayoría de esos empates y derrotas llegaron a finales de la carrera de Dixon, durante un largo paso por el boxeo en el Reino Unido, y no hay forma de saber cuántas peleas más hubiese ganado de haber sido blanco o británico.

John L. Sullivan trazó orgullosamente una línea de color durante su reinado de peso pesado con y sin guantes a finales del siglo XIX, pero a pesar de sus ideas abiertamente racistas, el «Boston Strong Boy» tenía mucha simpatía por George Dixon, el primer hombre de raza negra en ganar un título mundial de boxeo. En sus últimos años de vida, Sullivan asistió financieramente a un decaído Dixon, quien falleció en 1908.

Sin importar los números, el verdadero logro de Dixon puede haber sido el modo en que fue recibido por la prensa de raza blanca. En aquellos días que hoy parecen ser antediluvianos, ningún boxeador de raza negra había sido aceptado tan ampliamente como el duro fajador al que conocían como «Pequeño Chocolate». Tal era el prestigio de Dixon, que en el año 1900 el periódico Philadelphia Enquirer lo declaró como «uno de los mejores boxeadores jamás producidos en este país», y el Boston Globe alguna vez se refirió a él como «la maravilla de esta era», un raro elogio para esa época no solo para un hombre de color, sino para un boxeador tan alejado del centro de la atención que acaparaban los pesos pesados.

Luego de enterarse de la muerte de Dixon, Sullivan les ofreció a los reporteros una reacción espontánea pero muy sentida. A pesar de usar el tonto cliché de que Dixon había sido «blanco por dentro», sus comentarios fueron muy emotivos.

«Conocí muy bien a este pequeño ser, y valoré su amistad», le dijo Sullivan al Buffalo Courier. «El hecho de que me recordó en su lecho de muerte demuestra que seguramente tenía un buen recuerdo del viejo John». Mientras comentaba sobre los días finales de Dixon, en lo que fue una época solitaria marcada por la pobreza y el alcoholismo, Sullivan agregó «espero que llegue a un lugar donde lo traten mejor». Y entonces, con la misma exuberante pompa con la que inspiraba miedo en sus rivales, prometió darle a Dixon un funeral digno. Sin duda, se cree que Sullivan y otros boxeadores contribuyeron para pagar por el funeral.

Y fue todo un evento. El cuerpo de Dixon fue exhibido durante un día en el Longacre Athletic Club de Nueva York en la calle West 29th, donde sus admiradores pudieron pasar a darle un último respeto. Desde ahí, sus restos fueron enviados a Boston, donde se ofició un servicio religioso en la Iglesia Episcopal Metodista Africana de la calle Charles. Según el Boston Globe, hubieron aproximadamente 2000 personas presentes, con otras 2000 más afuera expuestas al frío viento de enero. La multitud incluyó a gente de raza blanca y negra, y dejó sin habla al reportero del Globe. «Sin dudas», escribió, «ningún otro funeral de una persona de color en esta ciudad tuvo tanta asistencia». Dixon fue sepultado en el cementerio Mount Hope en Mattapan, no muy lejos de la tumba de Mike «King» Kelly, un querido miembro del club de béisbol Boston Beaneaters.

The Ring clasificó a Dixon, un ex campeón de peso gallo y dos veces campeón de peso pluma, entre los mejores boxeadores de raza negra de toda la historia.

Los compromisos de Sullivan en Buffalo evitaron que pueda participar del funeral, pero él mencionó a Dixon en varias columnas en el Globe. Destacó a Dixon como un «pequeño gran boxeador» y fustigó a los managers de Dixon por dejarlo sin nada. Incluso alardeó de cómo él y Dixon habían llamado mucho la atención en la muy segregada ciudad de Nueva Orleans cuando se los veía andando juntos por todas partes en la ciudad. (Sullivan no sabía que Dixon, sabiendo de las condiciones deterioradas en las que se encontraba su amigo, había apostado unos dólares a su rival Corbett).

Sullivan nunca se había expresado tan abiertamente sobre sus sentimientos hacia Dixon. Fue como si la declaración de Dixon de que Sullivan era su único amigo abrieran el corazón del viejo boxeador. Quizás hizo falta que Sullivan sienta el frío aliento de la muerte para dejar atrás su hosco temperamento. Es también posible que Sullivan haya visto en Dixon una visión de pesadilla de lo que podría llegar a ser su propia muerte. Al igual que Dixon, Sullivan había dilapidado su fortuna, y si no hubiese dejado de beber quizás hubiese terminado en la ruina y solo en una sala de hospital.

Algunos biógrafos de Sullivan lo han criticado por no ser más franco sobre su amistad con Dixon, pero es injusto juzgar a Sullivan con ojos modernos. Lo que no puede discutirse es que la tristeza de Sullivan en las semanas posteriores al fallecimiento de Dixon terminaría teniendo un gran impacto. Después de todo, Sullivan era una de las figuras más conocidas del país. Para que él declare su auténtico afecto hacia un hombre de color, eso debería haber tenido un efecto muy profundo.

Es cierto, muchos argumentarán que el gesto de Sullivan de prestarle dinero no era suficiente como para borrar sus muchos años de ideas racistas, incluyendo su negativa de defender su título ante boxeadores negros, y que ser amigo de un atleta negro famoso no le costaba nada. Y, aun así, en el mundo de 1908, el viejo racista podría haber hecho inadvertidamente algo positivo para las relaciones raciales.

Entre los fanáticos de Sullivan habían niños en edad escolar. A pesar de que pasaron 16 años desde que Sullivan llegó al final de su carrera bajo los puños de Corbett, él dominaba el paisaje del mundo deportivo como un Monte Rushmore con una sola escultura sobre sus laderas. Un maestro de Boston de aquella época se quejaba de que Sullivan parecía más importante para los chicos locales que el intendente de la ciudad. ¿Acaso escucharon, mientras el cuerpo de Dixon era transportado a su última morada, que Sullivan había sido amigo de este hombre de color? ¿Escucharon a Dixon decir que les había pedido ayuda desesperada a sus amigos, pero solamente Sullivan le respondió? Si miramos a nuestros ídolos para ver nuestro propio reflejo, Sullivan les dio a los estadounidenses mucho para considerar en los días previos a la muerte de Dixon.

Demostró que la bondad humana puede florecer aún en los lugares menos pensados.