Thursday, April 25, 2024  |

By Ron Borges | 

Pernell Whitaker será recordado por su incomparable mezcla de genialidad técnica y sus habilidades de showman

Pernell Whitaker fue un genio geométrico. Fue Euclides con botas de boxeo. Un maestro de los ángulos dentro de la peligrosa topografía de un ring de boxeo, Whitaker fue un espejismo acorralado por sogas y postes de un ring. A menudo se presentaba frente a tí solamente para desvancerse cuando tus manos se movían hacia ese lugar.

Willie Pep es universalmente reconocido como el mejor boxeador defensivo en la historia, y quizás lo fue. Pero Whitaker bien podría no estar muy lejos detrás del recordado «Will o’ the Wisp» en lo referente al dominio total de la ciencia del boxeo. Su conocimiento de la parte ofensiva de la defensa perfecta fue su gran don, un don que lo sacó de un duro barrio en Norfolk, Virginia llamado Young’s Park para terminar ganando títulos en cuatro divisiones, una medalla olímpica que atesoraba más que los millones que ganó peleando, y un lugar en el Salón Internacional de la Fama del Boxeo. El lugar exacto que le corresponde en la lista de los mejores pesos ligeros de la historia del boxeo es sujeto de debate, pero lo que no es debatible es el hecho de que no lleva demasiado tiempo pensar en su nombre para esta lista.

Alguna vez Whitaker describió con precisión su enfoque sobre el boxeo un par de días antes de lo que muchos creyeron que sería su gran momento, la noche en la que embrujó a Julio César Chávez hasta que el estelar mexicano quedó desarmado, desconsolado y desorientado en un estadio con más de 60.000 atónitos seguidores de Chávez en San Antonio.



«Uno puede convencer a un tipo que no te puede pegar, y ahí se termina la pelea», me dijo Whitaker esa noche. «Uno está en control. El tipo empieza a dudar de sí mismo. Se avergüenza de tirar golpes y errar. Entonces uno se suelta y hace lo que quiere.

«La manera de ganarle a un tipo muy macho es avergonzándolo. Mi idea es hacer que el tipo se vea estúpido. Es muy frustrante que un boxeador sepa que estoy ahí junto a él y que no me puede golpear. Eso empieza a destruirlo, porque empieza a errar y yo lo hago pagar. El tipo empieza a cometer errores y lo paga muy caro en el ring. Mis golpes no tienen que ser duros, porque cuando más lo frustro, más le quito a su arsenal. Hacer que un oponente erre es el arte de este deporte».

Whitaker llevó ese arte a la genialidad en muchas noches, pero nunca más que cuando dejó a Chávez, por entonces con registro de 87-0, mareado, enojado y finalmente destruido. Chávez se había visto forzado a pelear en retroceso toda la noche, errando una y otra vez sus golpes y luego recibiendo duros jabs de derecha. Se veía como un tipo que escapaba de un picnic perseguido por un enjambre de mosquitos.

«Mi idea es hacer que el tipo se vea estúpido. Es muy frustrante que un boxeador sepa que estoy ahí junto a él y que no me puede golpear».

La parte más escalofriante de la noche no fue el robo a punta de lápiz realizado por los jueces Mickey Vann y Franz Marti, quienes decidieron que esta unilateral lección de boxeo debía ser calificada como empate (el juez Jack Woodruff no hizo un trabajo tan bueno tampoco, dando ganador a Whitaker por 115-113 en una noche en la que hubiese sido demasiado generoso darle tres rounds a Chávez). La parte más escalofriante fue el silencio que reinó en el Alamodome durante el round final, cuando Whitaker se plantó frente a Chávez, esquivando y agachándose, evitando golpes de todos los ángulos mientras llevaba a Chávez como con una soga mientras el entrenador de Whitaker, Lou Duva, golpeaba las lonas exigiendo que no se arriesgue tanto. Lo que Duva no entendió es que Whitaker estaba haciendo justamente eso, al menos desde su punto de vista.

«Me la robaron, pero puedo aceptar eso porque él sabe que le pateé el trasero», dijo Whitaker esa noche. «Lo derroté».

Sin dudas lo hizo, del mismo modo en que ganó tantas otras veces. El mejor modo de describir el proceso es este: Aquí estoy. Ahora me fui. Ahí esto. Ahora me fui. Estoy por allá. Ahora me fui. En el otro lado. Ahora me fui. AquíMeFuiAlláMeFui. La pelea… se terminó.

Pernell Whitaker fue regularmente elegido como tapa de The Ring durante sus mejores años – empezando en 1989 cuando fue elegido Boxeador del Año hasta su controversial choque con Julio César Chávez en 1993. Fue el No. 1 de los ránkings de la revista The Ring entre 1993 y 1995.

La genialidad defensiva se transformó en dominio ofensivo, y así es como Whitaker ganó títulos mundiales entre el peso ligero y mediano junior. Es la razón por la cual fue elegido al Salón de la Fama en la primera votación disponible. Es también la razón por la cual fue considerado, junto a Chávez, como uno de los dos mejores boxeadores de su era, libra por libra. Fueron opuestos en todo, pero cuando se enfrentaron fue Whitaker quien prevaleció, sin importar lo que digan los libros de récords.

Whitaker falleció inesperadamente el pasado 14 de julio en Virginia Beach a la edad de 55 años en un modo que nadie hubiese podido prever. Fue impactado por un auto en una intersección muy peligrosa mientras cruzaba la calle de noche. Para un hombre a quien nadie podía golpear, un final así parecía casi imposible. Su funeral tuvo lugar en el Scope Arena de Norfolk, donde peleó tantas veces frente al público que mejor lo conocía. Llenó su estadio favorito una última vez. Él fue la estrella que nunca se fue de su ciudad.

«Pernell nos mostró que el boxeo podía ser un arte y también una ‘dulce ciencia’», tuiteó el campeón en ocho divisiones Manny Pacquiao, en su homenaje.

Ganador de la medalla dorada olímpica en las Olimpíadas de 1984 en Los Ángeles, Whitaker se hizo profesional junto a sus compañeros de equipo olímpico Evander Holyfield, Mark Breland, Meldrick Taylor, Virgil Hill y Tyrell Biggs cuatro meses más tarde, en una cartelera televisada a nivel nacional y denominada «Noche de Oro». Nadie brilló con más fuerza que Whitaker.

Fue como Picasso, un artista haciendo cosas de un modo que nadie había logrado antes, con una combinación de impresionante agilidad, reflejos, visión, agudeza mental bajo presión y creatividad que apabullaba a sus oponentes y sorprendía a los fanáticos que no estaban acostumbrados a ver a alguien desnudando a su oponente mientras lo tenía justo enfrente.

No fue tanto una bailarina sino un bailarín de break-dance con sus puños en alto, contorsionándose en modos impensables para evitar golpes y luego conectando golpes de espaldas a su rival. Su movimiento más conocido era agacharse casi hasta tocar el suelo, como un receptor de béisbol detrás del plato, con sus pies y brazos extendidos y su trasero casi en el piso, con sus ojos saliendo de sus órbitas y reaccionando a cada uno de los movimientos de su oponente antes de que éste los haga, y luego alejarse caminando ileso. En sus mejores momentos, era hipnotizante verlo.

«Lo más obvio era su trabajo de piernas, su control de las distancias, sus reflejos y su timing, pero también tenía una fortaleza mental increíble”, recordó Carl Moretti, armador de peleas de Whitaker en Main Events. «Nadie creía en él más que él mismo. Tenía la habilidad atlética para ganarle a quien quisiera. No le podían pegar, y eso comenzó a ser vergonzante para sus oponentes. Les ganaba de un modo en que salían del ring estando físicamente bien, pero sin ganas de volver a pelear con él, jamás».

Tal como lo dijo Whitaker una vez: «no me importa si estoy peleando con Dios. Si no quiero que Dios me pegue, entonces no me pegará».

Esto fue así una y otra vez, incluso en su primera «derrota». Viajando a Francia para desafiar a José Luis Ramírez por el título de peso ligero del CMB, Whitaker tenía un registro de 15-0 y enfrentaba a un oponente cuya marca era de 100-6. Pero eso no importó. Whitaker superó a Ramírez por amplio margen, pero dos de los jueces vieron otra pelea. Mientras que uno de ellos concordó con la opinión general y anotó un triunfo de 117-113 para Whitaker, los otros dos la vieron en 118-113 y 116-115 para Ramírez. The Ring la llamaría luego la peor decisión en la división de peso ligero en los últimos 10 años. The Ring estaba siendo generoso.

Diecisiete meses más tarde, Whitaker ganaba el título de la FIB y lo defendía ante Ramírez en una revancha en Norfolk. Entrando al ring con el acompañamiento de la banda de marcha de la universidad de Norfolk State, Whitaker superó ampliamente a Ramírez, ganando todos los rounds en dos tarjetas y casi todos en la tercera. Su familia estaba en el estadio, con prendedores que decían «No Way, José» («No lo lograrás, José»). Fue un mensaje que Ramírez debió haber escuchado.

«No me importa si estoy peleando con Dios. Si no quiero que Dios me pegue, entonces no me pegará».

Whitaker defendería ese título de peso ligero exitosamente en ocho ocasiones, incluyendo un triunfo ante el gran boxeador ghanés Azumah Nelson, antes de subir a las 140 y luego a las 147 libras. Logró dominar ambas divisiones, derrotando en dos oportunidades al miembro del Salón de la Fama, Buddy McGirt. Además del robo ante Chávez, terminaría perdiendo una controvertida decisión ante Oscar De La Hoya que aún hoy sigue siendo debatida más de 20 años después. Pero finalmente, esas dos manchas en su registro y un par de derrotas tardías en su carrera no pueden borrar el recuerdo de la magistral habilidad de Pernell Whitaker.

A menudo evitaba un golpe, se agachaba, giraba alrededor de su oponente y luego le tocaba la espalda. Y cuando giraba… BANG!!! Luego sonreía, con un diente de oro brillando bajo las luces.

Alguna vez llegó tan lejos como para conectar a Roger Mayweather con un golpe, esquivar su respuesta y luego moverse detrás suyo y bajarle los shorts hasta sus rodillas. Mayweather no se mostró muy feliz. Los fanáticos sí.

Ese fue el lado dulce de la «dulce ciencia» de Sweet Pea Whitaker, un boxeador que entendió que estaba en el ring para entretener tanto como para ganar, y para hacer ambas cosas con un estilo que dejaba a sus oponentes preguntándose qué fue lo que pasó.

«Todos tenían la llave para derrotar a Pernell Whitaker, pero nunca lograban meterla en la cerradura», dijo alguna vez. «Lo que haga falta para que la pelea sea tan fácil como sea posible, eso es lo que yo busco».

Quizás esa fue la parte más excepcional de la carrera de Pernell Whitaker. Hizo que algo muy difícil se vea muy fácil.