Saturday, April 20, 2024  |

By Don Stradley | 

ANTHONY JOSHUA SE UNIRÁ A UNA RICA Y COMPLICADA HISTORIA DE BOXEADORES DEL REINO UNIDO QUE HAN PUESTO A PRUEBA SU CORAJE EN LA GRAN MANZANA

Cuando el inglés Anthony Joshua entre al Madison Square Garden para su pelea en junio, quizás termine de enterarse de lo que han tenido que pasar otros boxeadores británicos durante más de un siglo. Es una conclusión sencilla: Nueva York no es fácil. El público puede ser cínico, la prensa puede ser implacable, y la competencia estará tirando con munición gruesa. Hay también un viejo dicho que probablemente se originó en el distrito teatral de Nueva York: El show debe continuar. Esto es así, más allá de que suceda algo inesperado. Como cuando el oponente original de Joshua, el nativo de Brooklyn Jarrell “Big Baby” Miller diera positivo a tres sustancias prohibidas y se le negara una licencia boxística. Esta sorpresa puso al promotor Eddie Hearn a buscar desesperadamente un reemplazo adecuado. Después de todo, éste es el debut neoyorquino de Joshua, y Hearn no puede simplemente cancelarlo. Obviamente, un fajador como Miller presentaba su propio conjunto de peligros, pero Joshua podría haber preferido a Miller en lugar del temible «sustituto de último momento», esos peleadores desconocidos que llegan sin nada que perder y pueden a menudo crear un infierno aún para los mejores boxeadores. Seguro, Joshua no se transformó en una sensación de peso pesado con múltiples títulos mundiales sin primero superar escollos difíciles, pero si la historia de los británicos en la Gran Manzana nos ha enseñado algo, entonces el debut de Joshua en el Garden podría ser un rito iniciático que jamás olvidará.

HAMED VS. KELLEY

Todos los que lo vieron recuerdan la noche de 1997 en la que el “Príncipe” Naseem Hamed, la máquina de tirar golpes de Sheffield sedujo al gran público del Madison Square Garden con una rutina de baile de siete minutos antes de su combate ante Kevin Kelley. Ambos hombres fueron a parar a las lonas tres veces antes de que Hamed anotara el nocaut a los 2:27 del cuarto asalto. No tan dramático, pero igual de impresionante, fue el debut neoyorquino de Joe Calzaghe en 2008. Sobrevivió a una caída en el primer asalto para derrotar a Roy Jones Jr. por puntos. Amir Khan se mantuvo de pie durante su primera incursión neoyorquina en 2010, noqueando a Paulie Malignaggi en el 11er asalto, pero Tyson Fury tuvo el típico debut neoyorquino difícil para un británico en 2013. Fury anotó un nocaut en siete asaltos sobre Steve Cunningham en lo que es hoy el Hulu Theater del Garden, pero no sin antes ser derribado duramente en el segundo round.

La primera incursión de Lennox Lewis en Nueva York en 1996 fue casi desastrosa. Lewis escapó con un fallo mayoritario sobre Ray Mercer, con sus oídos aun zumbando por los abucheos de una multitud poco feliz en el Garden. Lewis regresó a la ciudad en 1999, para un combate de alto nivel con Evander Holyfield. Esta vez, Lewis boxeó muy bien pero solamente pudo sacar un empate en las tarjetas. Quizás sintiendo que la tercera sería la vencida, regresó en el 2000 para aplastar a Michael Grant en dos asaltos y así exorcizar lo que ya parecía una mala suerte embrujada. Obviamente, no creemos que un tipo culto como Lewis crea en esas cosas, pero hubo un período en el que los boxeadores del Reino Unido simplemente no podían ganar en Nueva York. Muchos de ellos hicieron el largo viaje, sólo para terminar cayendo de bruces en el fracaso al final.



JONES VS. CALZAGHE

Ni siquiera el legendario Jimmy Wilde pudo evitar un debut neoyorquino negativo. Ya semi-retirado a sus 31 años, pero todavía considerado como el campeón de peso mosca, el galés aceptó enfrentar a Pancho Villa en los Polo Grounds, en junio de 1923. Ante una audiencia de 40.000, Villa conectó a Wilde con un golpe después de la campana final del segundo round. Wilde nunca se recuperó del todo del golpe tardío de Villa, a pesar de que aguantó hasta que la pelea fue detenida piadosamente en el séptimo y otorgada a Villa. Los británicos argumentaron que golpear después de la campana hubiese descalificado a Villa en el Reino Unido, pero el referí neoyorquino Patsy Haley, con su propia interpretación de las reglas, permitió que siga el combate. Wilde ya no volvió a pelear más. Su carrera terminó en Nueva York.

El golpe tardío de Villa resucitó preocupaciones previas de Percy Sholto Douglas, 10mo marqués de Queensbery, cuyo padre había generado las reglas del boxeo moderno en 1860. Durante una visita a Nueva York en 1911, Douglas fue testigo de una pelea muy dura entre Billy Papke y Sailor Burke. Escandalizado por la cantidad de amarres y faltas que vio, Douglas describió el pleito en una columna de periódico como «realmente absurdo». Y agregó que, en América, «las ideas originales de mi padre no son llevadas adelante, en absoluto». Obviamente, a un par de estrellas del Reino Unido les fue bien en Nueva York, incluso durante aquellos años en los que los boxeadores estadounidenses peleaban como cavernícolas. Sus éxitos podrían haber alentado al «Bombardero» Billy Wells, un joven con mucho estilo que se presentaba como campeón de peso pesado de Inglaterra, para probar suerte.

En una noche de junio de 1912, Wells entró al Garden para enfrentar a Al Palzer, el orgullo de las praderas de Iowa. Este muy esperado choque fue anunciado como una eliminatoria para encontrarle un retador al campeón Jack Johnson. Wells derribó a Palzer en el primer asalto, pero no pudo lidiar con el estilo difícil de Palzer y su ventaja de casi 20 kilos. Tras sufrir tres caídas, Wells colapsó tras un golpe al cuerpo a los 2:44 del tercer asalto. Wells derrotó a Tom Kennedy en Nueva York un mes más tarde, pero en 1913 regresó al Garden solo para caer por nocaut en el segundo asalto ante Gunboat Smith. La derrota de Wells antes Smith, en la que terminó noqueado en frío, terminó su campaña neoyorquina e inspiró un irónico encabezado en el periódico Buffalo Enquirer, que decía «¿Acaso los boxeadores británicos son de cristal?».

Wells y Scott ayudaron a establecer el longevo estigma de los «pesos pesados horizontales» del Reino Unido.

Phil Scott, un muy respetado peso pesado londinense, llegó a Nueva York en noviembre de 1927. A pesar de toda la gran fanfarria, Scott fue demolido en apenas un round por el desconocido danés Knute Hansen. A su favor, y aún a pesar de que los periodistas locales no ahorraron epítetos a la hora de describir el combate con insultos terribles, Scott luego ganaría varios combates en la ciudad. Pero toda la buena voluntad que había generado, empero, se desarticuló en 1929, cuando un golpe en la entrepierna lo dejó como dolorido ganador por descalificación ante Otto von Porat. También dejó la impresión entre la clientela del Garden de que se trataba de un fingidor profesional. Scott fue recordado durante años como el «Desfalleciente Phil»

Wells y Scott ayudaron a establecer el longevo estigma de los «pesos pesados horizontales» del Reino Unido, un concepto que estaba todavía en boga en 1937 cuando el galés Tommy Farr llegó al Yankee Stadium para desafiar al flamante campeón Joe Louis. Farr, desfavorecido por 5-1, perdió por puntos en 15 asaltos, pero impresionó claramente a los asistentes con un esfuerzo que no tuvo nada de horizontal. «Cansado y con los ojos vidriosos en los últimos rounds, se mantuvo peleando mano a mano, lanzado al fuego que Louis ofrecía, su mentón al frente de sus pies arrastrados, lanzando golpes fútiles, ganándose gritos de admiración de parte de la multitud», escribió John Lardner. La pelea fue considerada una de las mejores del año, y el promotor Mike Jacobs inmediatamente contrató a Farr para más combates en el Garden. Desafortunadamente, Farr los perdió a todos. «Sugerimos que Tommy Farr regrese a Inglaterra en silencio», dijo el columnista Jim Morse, «y se olvide de los boxeadores estadounidenses». Y eso fue básicamente lo que hizo Farr.

Enfrentar a Louis en su debut neoyorquino seguro fue apabullante, pero enfrentar a Sugar Ray Robinson debe ser igualmente enervante, aún después de haberlo derrotado una vez. Luego de haber sorprendido al mundo del boxeo en julio de 1951 al superar por puntos a Robinson en Londres con el título de peso mediano en juego, el inglés Randy Turpin aceptó una revancha en los Polo Grounds a fines de ese año. Esta vez, más de 61.000 clientes vieron a Robinson noquear a Turpin en el 10mo para así recuperar el campeonato. Aparentemente ansioso por recibir más castigo en Nueva York, Turpin regresó a la ciudad en 1953, esta vez recibiendo una golpiza total en 15 rounds a manos de Bobo Olson.

A pesar de que los fanáticos neoyorquinos tenían reputación de ser sedientos de sangre, eso no impidió que apreciaran el elegante paso sobre el ring del escocés Ken Buchanan. En diciembre de 1970, en la cartelera previa al combate entre e Muhammad Ali y Oscar Bonavena en el Madison Square Garden, Buchanan enfrentó al invicto peso welter Donato Paduano. Practicante de la versión más dulce posible de la «dulce ciencia», Buchanan le dio a Paduano una lección en 10 asaltos. No solamente lanzó su jab y se movió con increíble gracia artística, sino que terminó el combate plantado y cruzando manos con Paduano, logrando que el público se ponga de pie a vociferar su aprobación.

Con su estilo ágil y elegante generando comparaciones con los grandes del pasado, Buchanan se transformó en cabeza de cartel en el Garden. Entrando al ring con un grupo de gaiteros, a menudo peleando con sangre corriendo por su rostro, Buchanan tenía la combinación perfecta de buen gusto y coraje que los neoyorquinos amaban. Pero la fiesta escocesa en el Garden tenía un final ya marcado. En junio de 1972, un joven panameño llamado Roberto Durán lo frenó en seco en el 13er round. Perder ante Durán no terminó con la racha neoyorquina de Buchanan, pero el hecho de que Durán pareció derrotarlo con un golpe bajo pareció ser otro recuerdo de que Nueva York es una ciudad difícil para los peleadores británicos.

TURPIN VS. ROBINSON

A veces, hizo falta un peleador duro como Jock McAvoy para sobrevivir en el ring de Nueva York. Un amado y duro pegador británico de peso semipesado conocido como «El Trueno de Rochdale”, el debut neoyorquino de McAvoy fue una decisión en 10 asaltos sobre el peso pesado Al McCoy en 1935. Luego, sorprendió a los fanáticos del Garden cuando, en un combate sin títulos en juego, aniquiló al campeón mediano «Babe» Risko, derribándolo seis veces en el primer asalto para anotar un nocaut sorpresivo. Descripto por Associated Press como el «hijo más robusto de la Vieja Inglaterra en llegar a estas playas en muchos años», McAvoy fue considerado como una sensación instantánea, a pesar de que ya hacía muchos años que estaba en este negocio. Incluso se habló de que desafiaría al campeón de peso pesado Jim Braddock. En lugar de eso, le apuntó sus cañones al campeón de peso semipesado, John Henry Lewis, en el Garden. Esta vez, McAvoy se quedó corto, perdiendo por puntos en 15 asaltos. Se fue a Inglaterra esa semana, habiendo dejado una impresión positiva entre los locales. Pero en una carrera que abarcó casi 150 peleas, el paso de McAvoy por Nueva York fue apenas un puntito en su radar.

El boxeador que más éxito tuvo en Nueva York fue nada menos que Jackie «Kid» Berg. Apodado como «El Molino de Whitechapel», Berg había peleado en otras ciudades estadounidenses antes de venir a pelear al Garden para enfrentar a Bruce Flowers el 10 de mayo de 1929. Berg no tuvo un rival fácil para su debut neoyorquino. Flowers era un dinámico peso ligero afroamericano de New Rochelle, que también era un favorito local. A pesar de la habilidad de Flowers, Berg arengó a la multitud con su estilo energético y apabullante, y se quedó con una decisión en 10 asaltos. La pelea fue tan espectacular, que el Garden pactó una revancha para dos semanas más tarde. Nuevamente, Berg ganó por puntos en una pelea emocionante. United Press señaló que la multitud de Ciudad Gótica «le dio al pequeño boxeador inglés una gran ovación a su salida del ring».

Berg pelearía casi 50 veces más dentro y alrededor de Nueva York. Los promotores lo enfrentaron a los mejores de sus días, desde Kid Chocolate y Tony Canzoneri a Mushy Callahan y Joe Glick. No siempre triunfó, pero ningún neoyorquino pidió jamás un reembolso de su boleto después de una pelea de Berg. La ascendencia judía de Berg ayudó a que la población neoyorquina judía lo adorara, pero fue su estilo imparable de golpes lo que realmente vendía más boletos. Cuando estaba ya lejos de sus mejores años y ya no podía convocar a grandes multitudes en el Garden, todavía peleaba en Queens, Brooklyn y el Bronx. El 4 de abril de 1939, una década después de su debut en el Garden, Berg se ganó una decisión sobre Pete Galiano en la Arena Brooklyn. A pesar de que continuó boxeando hasta 1945, el triunfo sobre Galiano fue su última actuación en la zona de Nueva York. Luego seguirían un puñado de visitas a los Estados Unidos, pero otras complicaciones con su visa, problemas conyugales, deudas de juego y hasta algo tan simple como la nostalgia hizo que Berg regrese a Inglaterra, donde terminó su carrera. En la década de 1980, decepcionado de no ser ya reconocido en su propio país, un Berg ya envejecido le dijo al periodista Jonathan Rendall, «en Nueva York todo el mundo me conoce. No veo la hora de regresar allá». Para Berg, incluso cuando la edad hacía que sus recuerdos se nublen en ciertos temas, esas ovaciones neoyorquinas todavía seguían frescas en su memoria.

Por supuesto, Nueva York ha cambiado desde los gloriosos días de Jackie Berg. Lo que sí permanece igual es que los mejores boxeadores del Reino Unido todavía se sienten atraídos por este lugar, y los resultados son casi siempre inolvidables.