Thursday, April 25, 2024  |

By Thomas Hauser | 

JABS Y RECTAS DE PUÑO Y LETRA

El ex campeón de peso welter Kid Gavilán (parado, tercero desde la derecha) y un grupo de boxeadores posan para un retrato en el Stillman’s Gym, en 1955.

LA ERA DORADA DEL BOXEO Y SU GIMNASIO MÁS FAMOSO

El gimnasio Stillman’s Gym, ubicado en la Avenida Ocho en Manhattan entre las calles 54 y 55, abrió sus puertas en 1921 y cerró en 1961. La estructura de tres pisos que lo albergó fue entonces derribada y reemplazada por un edificio de apartamentos de 19 pisos. Ya no queda ningún recordatorio físico de que Stillman’s estuvo ahí, ni siquiera una placa.

El lugar de Stillman’s en la historia del boxeo se afianzó tras un ensayo titulado «La Universidad de la Avenida Ocho», escrito por A.J. Liebling para la revista The New Yorker en 1955. Desde entonces, muchos otros escritores han buscado seguir los pasos de Liebling y sumar su visión a la de Stillman sobre este histórico lugar.  Uno de los mejores esfuerzos es un ensayo por parte del historiador Mike Silver titulado «Boxing in Olde New York», que aparece en New York Sports (editado por Stephen H. Norwood, University of Arkansas Press).



Liebling utilizó el Stillman’s Gym como punto de partida para un ensayo que teje la historia del boxeo que culmina con esta observación tan repetida a menudo: «La Dulce Ciencia está unida a su pasado tanto como el brazo de un hombre lo está a su hombro».  

En contraste, Silver se concentra en la escena de Stillman’s a fines de la década de 1950, recreándola en gran detalle y presentándole a los lectores algunos de los personajes más fascinantes del gimnasio, incluyendo a su dueño.  Consultado en 1967 sobre su eternamente adusta expresión, Lou Stillman, de 82 años, respondió «¿cuánto tiempo piensas que un tipo con una carita feliz podría haber durado al frente de un gimnasio de boxeo?». Todos me decían que era un huraño, un cangrejo, un tipo complicado que nunca sonreía.  Bueno, eso es lo que terminó alejando a los ladrones, vividores y deudores».

«Si el boxeo tuviese una voz», concluye Silver, «sería el sonido que emite Stillman’s en una tarde ajetreada.  Pero no traten de encontrar nada similar hoy en día, porque estarán buscando en vano. La única confluencia de circunstancias que creó y nutrió al Stillman’s Gym entre los 1920s y los 1950s – una verdadera era dorada del deporte – ya no existen».

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La mayor controversia en el arbritraje en la historia de la National Football League surgió en el partido de campeonato de la NFC a comienzos de este año cuando Gary Cavaletto y Todd Prukop (dos oficiales de campo con una aparentemente clara visión del esquinero de Los Angeles Rams Nickell Robey-Coleman durante su golpe ilegal al receptor Tomylee Lewis de los New Orleans Saints), no decretaron la interferencia de pase.  Ese error le costó a los Saints un viaje casi asegurado al Super Bowl, y ha sido condenado como uno de los peores errores en la historia del arbitraje deportivo.

Los hombres y mujeres que ofician estos eventos deportivos cargan con una pesada responsabilidad.  Y los errores se magnifican por las circunstancias del momento. Los réferis de béisbol erróneamente declaran erróneamente quietos en primera a corredores durante años sin consecuencias significativas.  Pero entonces, el 2 de junio de 2010, el umpire de primera base Jim Joyce (uno de los mejores del deporte), erró una decisión fácil que le costó al lanzador Armando Galarraga de los Detroit Tigers la anotación de un juego perfecto.

Pero mantengamos la perspectiva. Sí, las decisiones son importantes y tienen repercusiones significativas. Pero comparemos esto con la carga que lleva un réferi de boxeo.  En la dulce ciencia, un error arbitral puede poner final a una pelea, pero también puede terminar con una vida.

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Deseo evocar con unas palabras mi recuerdo en honor a Hugh McIlvanney, quien falleciera el pasado 24 de enero a la edad de 84 años.

Cuando comencé a hacer mis investigaciones para el libro Las Luces Negras (mi primer intento serio de escribir sobre boxeo) en 1983, me dijeron que habían dos libros que yo debía leer.  Uno era «The Sweet Science» por A.J. Liebling. El otro era «McIlvanney on Boxing».

Años más tarde, pude pasar algo de tiempo con McIlvanney en varias ocasiones, siendo la más memorable la que tuvo lugar en 2001 cuando almorzamos juntos en el Garrick Club de Londres.  El club fue fundado en 1831 con el propósito de unir a seguidores y practicantes de las artes escénicas, para que los actores de teatro puedan conocer gente culta y adinerada. Un retrato de Charles Dickens (quien fuera uno de los invitados en este club en su juventud, y luego un estimado miembro del mismo) estaba exhibido en un lugar de privilegio.   Durante ese viaje a Londres, la semilla de una novela que yo luego escribiría (llamada «Recuerdos finales de Charles Dickens») quedaría plantada en mi mente.

McIlvanney se destacó como periodista de boxeo, además de otros deportes y noticias en general (esta última etapa se dio cuando se unió al plantel del diario The Scotsman hace seis décadas).  Pero estas etiquetas no le hacen justicia. Fue simplemente un extraordinario hombre de letras, y uno de los mejores de todos los tiempos en su oficio. El boxeo tiene mucha suerte de haberlo tenido en su seno.

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Recientemente, estaba escuchando una grabación de una entrevista que le hice a Mickey Mantle en 1989 cuando estaba investigando para mi libro «Muhammad Ali:  His Life and Times». La mayor parte de lo que Mantle tuvo para decir aquella tarde está incorporado a la biografía de Alí y una colección de artículos publicados bajo el título «Thomas Hauser on Sports». Pero hubo un intercambio que yo había olvidado y que vale repetir ahora.

Hacia el final de la entrevista, le pregunté a Mantle si había estado involucrado en alguna pelea (y no una pelea amateur organizada, sino una pelea callejera) y si pensaba que tenía las herramientas para ser boxeador.

«En mis años, quizás tuve tres o cuatro peleas», dijo Mantle.  «¿Cómo se dice cuando uno no puede aguantar un golpe, que tiene una quijada de cristal?.  Es posible que yo haya tenido una de esas. Por suerte, nadie me pegó nunca en la cabeza».  

La dirección de correo electrónico de Thomas Hauser es [email protected]. Su libro más reciente (titulado «Protect Yourself at All Times») fue publicado por la editorial University of Arkansas Press. En 2004, la Asociación de Periodistas de Boxeo de Estados Unidos honró a Hauser con el Premio Nat Fleischer a la excelencia en el periodismo de boxeo.

 

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