By Brian Harty |

Nocaut del año

DEONTAY WILDER KO 7 LUIS ORTIZ

El nocaut del año 2019 eventualmente se redujo a dos opciones, pero el ganador del premio iba a ser el mismo de todos modos. La pregunta era si la golpiza total de Deontay Wilder en su nocaut sobre Dominic Breazeale iba a resultar tan impresionante como su declaración de poderío ante Luis Ortiz.

Después de apenas un par de minutos, Wilder se había cansado de compartir el ring con Breazeale, cuya oportunidad anterior de ganar un título había terminado con una paliza a manos de Anthony Joshua allá por 2016. Luego de haber sido separado de un amarre por parte del réferi Harvey Dock en el Barclays Center el 18 de mayo, el nativo de Tuscaloosa de 2.05 metros de altura casi ni tuvo que ponerse los guantes antes de dar un paso al frente y lanzar un par de bombas pesadas (con el acento en «pesadas») que derribó a Breazeale y lo transformó en un charco de humanidad sobre el piso. Fue un golpe totalmente monstruoso, y durante los siguientes seis meses sería el candidato principal al nocaut más memorable del 2019.

La derecha en punta que noqueó a Ortiz el 23 de noviembre no tuvo exactamente la fuerza atómica explosiva que tuvo el golpe que liquidó a Breazeale, pero el nocaut igual fue elegido como el mejor de este año por una razón muy puntual: Ortiz. En la comparación general, el cubano representaba una amenaza mucho más grande que Breazeale en casi todas sus manifestaciones físicas más allá de la altura (mejor boxeador, mejor currículum, mayor velocidad y fortaleza física), y más allá de eso, ya había demostrado que podía lastimar a Wilder específicamente. Esto fue una revancha de su combate en marzo del 2018, en el que Wilder había sobrevivido a duras penas y había sido sacudido por varios golpes muy duros en el séptimo round, y parecía estar a apenas unos segundos de ser derrotado, pero se recuperó y regresó para ganar por nocaut técnico en el 10mo round. Al momento final del combate, Ortiz estaba abajo por apenas un punto en las tres tarjetas oficiales, y el déficit se debía apenas por una caída previa en el quinto asalto. Algunos observadores lo tenían al frente.

En los momentos previos a su derrota en la revancha, Ortiz estaba cómodamente al frente en las tres tarjetas de los jueces, y había ganado todos los rounds según la opinión de algunos observadores. El corpulento boxeador con la sonrisa sarcástica permanente lucía como si estuviese disfrutando lo fácil que era superar en boxeo al campeón reinante del CMB.

Y entonces, con apenas seis segundos restantes en el séptimo round, luego de un par de pacientes jabs para mantener a Ruiz a la distancia exacta, Wilder tocó apenas los guantes de su oponente con una izquierda tímida y el cubano mordió el anzuelo, moviendo demasiado su derecha para barrer ese pseudo-jab y abriéndose para el atronador golpazo que ya estaba en camino. La derecha cruzada golpeó a Ortiz en la frente con tanta fuerza que una nube de gotitas de sudor fue lanzada desde su cabeza a volar directamente hasta los asientos más lejanos del ringside, mientras «King Kong» caía a las lonas. Y aterrizó de espaldas, consciente, pero con su rostro contorsionado por el esfuerzo de intentar levantarse y sus ojos enormes abiertos ante el shock de enterarse de que ninguna de sus extremidades respondía a sus mandos naturales.

Y aquí, nuevamente, está lo que separó ese nocaut del que quedó en segundo lugar: Fue el golpe más salvaje de toda la carrera de Wilder, porque probó, más que ningún otro (incluyendo aquel que casi destruye a Tyson Fury en el Round del Año 2018), que no importa si tienes todas las cualidades que te hacen un mejor boxeador y tampoco importa si estás al frente en todas las tarjetas si te estás enfrentando a este terrible pegador. Eso es lo que lo define. Vayan entonces y díganme cómo Wilder estaba «estudiando» y «probando» a Ortiz durante esos seis rounds, si quieren. Quizás sea verdad. Eso no importa. La mano derecha de Wilder es la verdad más inapelable del boxeo de hoy.